En muchas ocasiones, el sistema visual está sometido a exposiciones solares excesivas. Si bien la mayor parte de la radiación nociva proveniente del sol es absorbida por la atmósfera, a la superficie terrestre llega suficiente radiación para provocar alteraciones en el ser humano. Del espectro solar, son dos los tipos de radiaciones que producen los efectos más importantes a nivel ocular: la radiación ultravioleta y la radiación infrarroja. La radiación ultravioleta (UV) produce daños oculares tras un período latente, es decir, los síntomas no son generalmente inmediatos, sino consecuencia del efecto acumulativo de la radiación tras un tiempo de exposición. La radiación infrarroja (IR) puede ocasionar lesiones térmicas que son instantáneas, manifestándose sus síntomas inmediatamente después de la exposición.

La intensidad de la radiación es un parámetro que depende de la geografía, de la altitud, de la latitud y de las características del medio. Existen superficies que presentan una gran reflexión, tales como la nieve que refleja un 80% de los rayos solares, el agua un 20% y la arena de la playa un 1.50%.

En general, la protección ultravioleta es necesaria siempre que se esté expuesto a este tipo de radiación, pero resulta especialmente importante en los siguientes casos, ya que se trata de situaciones de riesgo:

  1. Afáquicos,
  2. Pacientes con cataratas,
  3. Individuos que están bajo medicación fotosensibilizante,
  4. Trabajadores expuestos diariamente a UV,
  5. Pacientes con pinguécula, pterigium y degeneración macular,
  6. Actividades de ocio con exposición abundante al UV,
  7. Niños que pasan mucho tiempo al aire libre,
  8. Gente que usa solariums y, en general, para mantener la salud ocular y minimizar los problemas corneales, las cataratas corticales y las retinopatías solares inducidas por el UV.

La única manera de proteger los ojos del sol es la utilización de gafas protectoras que filtren las radiaciones solares. Sin embargo, no todas son eficaces y, lejos de proteger, algunas pueden ser contraproducentes y causar daños irreversibles. Un filtro solar mal elegido puede ser altamente nocivo.

La última generación de filtros presenta notables avances frente a las gafas de sol convencionales. Ante todo, los nuevos filtros tienen en cuenta el uso que se les vaya a dar, así como las condiciones visuales del usuario y su edad. Se caracterizan por permitir la transmisión de la luz visible sin modificar los colores, eliminando los ultravioletas y la luz azul, son ópticamente neutros o bien con la prescripción requerida por el paciente y resistentes al rayado, la rotura y los impactos. Las gafas de sol convencionales no solucionan el problema del deslumbramiento. El problema radica en que, en condiciones de gran luminosidad, el ojo no está convenientemente protegido de la luz ultravioleta ni de la luz azul, aunque las lentes sean muy oscuras. En condiciones de iluminación media, la protección de la luz UV y de la luz azul resulta insuficiente y la disminución del contraste dificulta la visión con nitidez.

Otro filtro solar destacado son las lentes polarizadas, que eliminan el deslumbramiento, permitiendo a los ojos un enfoque rápido y relajado. Permiten mirar más allá del reflejo, mejorando la percepción del contraste y de los colores verdaderos de la naturaleza.

Dependiendo de la patología ocular, existen filtros, denominados terapéuticos, con diferente corte de longitud de onda que resultan muy efectivos. Para su utilización es necesaria la prescripción de un profesional cualificado. Los ojos con determinadas patologías son hipersensibles a determinadas longitudes de onda, la luz habitual les deslumbra, los contrastes se difuminan y la agudeza visual disminuye.

El óptico-optometrista recomienda adquirir todo tipo de filtros o lentes oftálmicas solares bajo su prescripción y en establecimientos que cuenten con un control y una homologación sanitaria adecuada.